FELIZ NAVIDAD CON LOS BELENES DE LA VILLA Y CORTE
Podría enumerar dos docenas de razones por las que la
Navidad me pone los pelos de punta. Sólo de pensar que tengo que sacar del
trastero la pandereta, el belén, el árbol ecologista de plástico, las bolas, las
velas, la vajilla de las grandes ocasiones y hacer hueco retirando mis jarrones
de cristal llenos de piedras, recuerdos de mis andanzas por el mundo, para el
cambio de decoración con el fin de ajustarla al momento, ya me entra el yuyu.
Después hay que salir de compras, todo esto y más, para acabar engordando cinco
quilos en quince días con la sonrisa del espíritu navideño puesta, que ni
siquiera puedes fruncir el ceño hasta que pasen los Reyes, no sea cosa que
acabes con una espuerta de carbón en la puerta. Y es que los méritos que se
recuerdan y tienen peso y valor son los que se curran en dos semanas de diciembre,
el resto del año no cuentan, así que, ni se intenta hasta ver que te pilla el
toro y la navidad nos pone el barniz de la virtud. Hasta los bancos te reciben
con sonrisas antes de cerrar el año económico. Ya os vale.
Imagen internet |
No quiero seguir con las razones emocionales, que esto es
otra cosa, pero que tienen su peso específico rotundo en el balance. Pero con
todo, la Junta directiva de Beturia, con
su presidente a la cabeza, José Iglesias, os deseamos que la Navidad os
bendiga y de lo mejor para el nuevo año, con un gran abrazo amigo.
Perdonadme, beturios, pero no puedo escribir beturiamente,
sin desahogarme antes, es como el confesionario que una sale con la euforia de
estar libre de culpa, aunque le espere la penitencia. Y ahora, ya a lo
nuestro y esta vez tengo que repetir lo
que os dije en Baeza y que no es mío, sino de Alejandro Dumas : “Volvieron
radiantes de ese entusiasmo del que hacen gala quienes quieren inspirar a los
demás de la pena de no haber visto lo que ellos vieron”.
Felipe Cortés, en primer plano con Inmaculada, José y Serapio al fondo. Imagen. A. Pons Coch |
Y es que el sábado tocaba recorrer los belenes de Madrid.
Fantástico Felipe Cortés, fantástico. Recorrer Madrid con él, no es una ciencia exacta, ni un inventario de
palacios, iglesias o monumentos, es recorrer la vida, el pasado y el presente,
de sus calles pasadizos y plazas, de sus cafés, de callejuelas y rincones que
nadie mira.
Un entrañable balcón aprovechado al máximo en una vieja calle de Madrid. Imagen. A. Pons Coch |
Toñi y Mª Loli, con Pepe, Inmaculada, Vicente, Serapio. Imagen A. Pons Coch |
Con él cruzamos en comandita el frío y la lluvia de Madrid,
desde Puerta Cerrada, nuestro punto de encuentro, hasta la iglesia de san
Miguel. Todo el mundo pasa de largo ante el ciprés que hay en la entrada la
derecha, quizás sólo con cincuenta años sobre sus ramas, este árbol que adorna
los cementerios y que miramos desde la aprensión. Nada como el saber y la
información para inducir al cambio de criterio. Os cuento: En muchos pueblos es
un árbol sagrado gracias a su longevidad y a su verdor persistente, se le llama
el árbol de la vida, nada que ver con el concepto establecido, aunque los
romanos lo ligasen al culto de Plutón, dios de los infiernos, el simbolismo más
primitivo evoca la inmortalidad y la resurrección, por su resina y madera incorruptibles y su follaje persistente.
Se decía que el consumo de sus semillas procuraba longevidad y si se
frotaban con ellas los talones se podía andar sobre las aguas. Recomiendo
probar donde no cubra. Su tronco, si se
corta, no vuelve a crecer, pero los abetos son un excelente corta fuegos por su
resistencia a quemarse, su madera sirve para la construcción de templos y barcos, debido a que no se pudre y a su
durabilidad y fortaleza, como si desafiase la idea de la mortalidad. También se
construyen guitarras, que eso debe de ser
un seguro para los que no quieren acabar con la guitarra rota en la cabeza. Ver por
ejemplo la película Vacaciones en Roma.
El ciprés de la basílica de san Miguel. Imagen A. Pons Coch |
El belén de san Miguel es muy bonito y le han colocado una
figura del santo Escrivá de Balaguer en actitud catequística. Es un anacronismo,
pero mucho mejor que un caganet. Ya
sabemos que es algo natural y orgánico pero explicitarlo en un belén es
redundar en la naturaleza. Ahora verás tú los beturios catalanes la que me
atizan.
Puestos en el tema, estas callejuelas son proclives a estos
desahogos por estar fuera de la vista, ahora y antes, pues ya en el s. XVII quien
solía pasar, después de sus correrías tabernarias por la calle del Codo, rumbo a
su casa del Barrio de las Letras, era Quevedo. Un vecino, harto de las
piscinitas dejadas por el poeta, puso una cruz, pensando que el caballero no se
atrevería, pero sí se atrevió, con lo que al día siguiente, el buen hombre además
puso un cartel: “No se mea donde hay una cruz”. Poco dispuesto a ser disuadido
del uso de su aliviadero, Quevedo, a la siguiente ocasión, añadió su propio
texto al cartel: “No se ponen cruces donde se mea”
En el convento de las Carboneras, monjas jerónimas, con permiso para tener expuesto permanentemente el Santísimo Sacramento, tienen uno de los belenes más antiguos de Madrid, posiblemente anterior al napolitano del Palacio Real y su convento ha permanecido inalterable durante más de cuatro siglos, siendo declarado Bien de Interés Cultural en 1981. Parece ser que allí se sigue celebrando una misa diaria a la memoria del Gran Capitán, Fernández de Córdoba. Está en la Plazuela Conde de Miranda, a poca distancia de la Plaza de la Villa, donde una vieja se ganaba la vida encuadernando biblias milagrosas con piel humana, sustraída de los cementerios. No digáis que no os ilustro en el escalofrío. A pesar de ello, es una plazuela con todo el encanto de un pueblo pequeño a dos pasos de lo multitudinario.
El santo monseñor Escrivá de Balaguer en el Belén de la Basílica de san Miguel. Imagen A. Pons Coch |
El Portal en el belén de la Basílica de san Miguel |
Quevedo pintado por Velázquez. Imagen internet |
En el convento de las Carboneras, monjas jerónimas, con permiso para tener expuesto permanentemente el Santísimo Sacramento, tienen uno de los belenes más antiguos de Madrid, posiblemente anterior al napolitano del Palacio Real y su convento ha permanecido inalterable durante más de cuatro siglos, siendo declarado Bien de Interés Cultural en 1981. Parece ser que allí se sigue celebrando una misa diaria a la memoria del Gran Capitán, Fernández de Córdoba. Está en la Plazuela Conde de Miranda, a poca distancia de la Plaza de la Villa, donde una vieja se ganaba la vida encuadernando biblias milagrosas con piel humana, sustraída de los cementerios. No digáis que no os ilustro en el escalofrío. A pesar de ello, es una plazuela con todo el encanto de un pueblo pequeño a dos pasos de lo multitudinario.
En la Plazuela Conde de Miranda. Imagen A. Pons Coch |
El nombre de Carboneras les viene por una imagen de la
Inmaculada encontrada en una carbonera y que fue rescatada y entregada al
convento. El retablo del altar mayor tiene una espléndida Última Cena con una
perspectiva original y dispuesta para que el lienzo pueda ser admirado en toda
su grandeza desde abajo. Nos deja ver el evento desde un punto de vista
diferente a la imagen frontal acostumbrada, instalado allí desde 1625, fue
pintado por el pintor de la Corte de Felipe III, Vicente Carducho y metida en
el arte, se me olvidó comprar a las monjas los dulces que ellas elaboran y que
distribuyen a través de un torno. Seguro que vuelvo.
El lienzo de Carducho en el retablo de la iglesia del convente de las monjas jerónimas, Carboneras., en el Madrid de los Austrias. Imagen A. Pons Coch |
De ahí pasamos a la iglesia de san Nicolás de los Servitas
que no pudimos ver, por encontrarse cerrada. Pero Felipe nos ilustró
debidamente. Nos encontramos ante la iglesia más antigua de Madrid. Lo más probable es que su construcción sea
del s. XII, los restos arqueológicos hacen pensar que pudo ser una mezquita y
su torre, declarada monumento nacional en 1931, posiblemente un minarete
mudéjar de aquella época, excepto el chapitel de pizarra que la remata, que es
herreriano y realizado en el s. XVIII.
Torre mudéjar de san Nicolás. Imagen internet |
Llegados a Sol no pudimos entrar a ver el belén de la Real Casa
de Correos, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que este año
evoca el Greco y Toledo, la cola para
entrar nos suponía invertir demasiado tiempo y el frío y la lluvia dos
elementos disuasorios para aguantar el inconveniente a la intemperie, así que
nos dirigimos a reconfortarnos con un vino, para acomodar al cuerpo, ya que el
espíritu estaba bien. Pero ¡Oh dioses! Por el camino se nos había perdido
Quico, no sabemos si por entremedias de la calle del Codo y la calle Mayor y ya
estaban los móviles echando humo, pues su santa esposa le había mandado al
belén del Ayuntamiento, antiguo palacio de Correos, y por una vez que un hombre
hace caso, resulta que hay un malentendido, entendiendo que la pérdida no era
irrecuperable y que volvería al redil, como así fue en un pispás, y la lluvia arreciaba,
seguimos hablando de belenes, conventos, monjas y hasta del Cristo de Velázquez
del museo del Prado, que al final todo guarda relación, pues parece ser que el
rey Felipe IV se encaprichó de una monja de singular belleza, sor Margarita de
la Cruz, conocedora la abadesa de las intenciones malsanas del rey, preparó una
mise en scène, así que cuando el monarca llegó y preguntó por la religiosa, le
condujeron hasta una sala donde en un lecho mortuorio, con las manos cruzadas
sobre el pecho y con velones de funeral la velaba la comunidad. Quedó el rey
tan impresionado que a modo de arrepentimiento les regaló el Cristo pintado por
Velázquez, hoy en el Prado. Pero cuando descubrió la trampa se volvió a sofocar
y dicen las lenguas viperinas, cría fama y échate a acostar, que no dejó virgen
en el convento. Bah, yo no creo que diera tanto de sí, por muy rey y treinta
hijos ilegítimos que dice la historia que tuvo.
La lluvia caía blanda sobre la historia y las leyendas
desparramadas y así, camino del vino, llegamos a la iglesia del Carmen, que
también estaba cerrada, se nota la ausencia de vocaciones, no hay curas para
todas las iglesias de Madrid. Hasta ahora, todos los templos, catedrales e
iglesias que he visto, estaban construidas, bien sobre una mezquita, un templo
de Apolo o una sinagoga, pero nunca había visto una iglesia edificada sobre un
prostíbulo. Bueno, pues la iglesia del Carmen, en la calle del Carmen, la que
hay cerca de la Puerta del Sol, paralela
al Corte Inglés, para que nadie se pierda, esta sí. Veréis, yo no sé si mis
células grises van a ser capaces de recordar tanto, porque me impresiona todo.
No es que conserve la capacidad de asombro de mi primera infancia, pero
reconozco que, al ser yo muy normalita, la capacidad de la gente, antepasados o
no, de rizar el rizo me hace abrir los ojos, en sentido literal y del otro, y
que recordar tanto tirabuzón con nombres, calles y apellidos, me colapsa a
veces.
Los beturios en la puerta de la basílica de san Miguel. Imagen A. Pons Coch |
Parece ser que un barrendero ensució involuntariamente las
botas y el impoluto traje del aguerrido
y orgulloso oficial Bernardino Obregón, hidalgo de noble familia de Burgos, que
destacó en Italia y Flandes, que le abofeteó iracundo. La reacción del
barrendero fue tan inesperada como insólita, pues postrándose de rodillas le
dijo, más o menos, “ Señor, mucho agradezco a vuestra merced la honra que me ha
hecho con esta bofetada”. El gesto debió impresionar vivamente al militar que
envolviéndose rápidamente en su capa se alejó apresurado para poco después
abandonar la milicia y dedicarse a los pobres, trabajando en el Hospital
General, hoy museo de Arte Reina Sofía, falleciendo en 1590, tiene una calle
entre la Ronda de Valencia y el Paseo de Santa Mª de la Cabeza. Pues bien
parece ser que el lupanar situado en las entonces afueras de Madrid, lo que hoy
es la calle del Carmen, como decíamos, era causa de conflictos entre el
vecindario, lo que propició la denuncia de Bernardino, haciendo que sobre el
lupanar se edificara el templo que hoy conocemos, uno de los más grandes de
Madrid. Todo esto se lo
perdió Quico en su extravío, porque en este momento del relato apareció con el
móvil pegado a la oreja. Ello nos llenó de tranquila paz y Toñi, su esposa pudo
desprenderse de la culpa por haberle mandado a otro belén. Pero es que
estábamos con los paraguas en la esquina de la iglesia, justo enfrente de la
calle Galdo, antes llamada el Candil. ¿Cómo iba a desaprovechar Felipe el
embobarnos contándonos lo del candil?
En el siglo XIV y refugiado Pedro I el Cruel en el Alcázar,
Enrique de Trastamara que había puesto cerco a la villa manchega que era
entonces Madrid, vio la posibilidad de cruzar el recinto amurallado a través de
la atarjea contigua a la casa de una
vieja hilandera. Ella aseguró que siendo un subterráneo estrecho y tortuoso, si
encendían antorchas, el resplandor sería visto por los sitiados y les propuso
guiarles a la luz de un candil. Don Enrique, aceptó con la amenaza de pena de
muerte si les traicionaba o fuesen objeto de una emboscada. Don Enrique II el
Ceremonioso, conseguido el trono, gracias al fratricidio y la traición del de
Montiel, premió la ayuda de la hilandera colocando en la puerta de su casa un gran
candil de plata. Tiempo después, cuando estos terrenos fueron comprados por los
hermanos Preciado y no teniendo herederos la hilandera, la Real Tesorería
resolvió que el candil debía pasar al fisco real. Tras resolverse el litigio, el
Consejo de la Villa decidió que se fundiese y con su plata se hizo
una lámpara para el santuario de la Virgen de Atocha.
La lluvia había templado el ambiente y barrido algo del frío
decembrino, nos quitamos las capuchas y cerramos los paraguas, pero era
conveniente no dejar para otro día el vino con tapa para brindar por la navidad,
el buen futuro de todos nosotros y de Beturia y cumplir con los buenos propósitos,
sobre todo cuando sabemos que la mayoría se quedan en eso y no se cumplen. Doy
fe que nosotros sí y ya no recuerdo si cantamos hasta “Los campanilleros” o fue
otro día. Gracias, Beturia. Gracias, Felipe. Salud para todos, beturios. A. Pons Coch
Imagen A. Pons Coch |