miércoles, 17 de diciembre de 2014


FELIZ NAVIDAD CON LOS BELENES DE LA VILLA Y CORTE

 

       Podría enumerar dos docenas de razones por las que la Navidad me pone los pelos de punta. Sólo de pensar que tengo que sacar del trastero la pandereta, el belén, el árbol ecologista de plástico, las bolas, las velas, la vajilla de las grandes ocasiones y hacer hueco retirando mis jarrones de cristal llenos de piedras, recuerdos de mis andanzas por el mundo, para el cambio de decoración con el fin de ajustarla al momento, ya me entra el yuyu. Después hay que salir de compras, todo esto y más, para acabar engordando cinco quilos en quince días con la sonrisa del espíritu navideño puesta, que ni siquiera puedes fruncir el ceño hasta que pasen los Reyes, no sea cosa que acabes con una espuerta de carbón en la puerta. Y es que los méritos que se recuerdan y tienen peso y valor son los que se curran en dos semanas de diciembre, el resto del año no cuentan, así que, ni se intenta hasta ver que te pilla el toro y la navidad nos pone el barniz de la virtud. Hasta los bancos te reciben con sonrisas antes de cerrar el año económico. Ya os vale.
Imagen internet
      No quiero seguir con las razones emocionales, que esto es otra cosa, pero que tienen su peso específico rotundo en el balance. Pero con todo,  la Junta directiva de Beturia, con su presidente a la cabeza, José Iglesias, os deseamos que la Navidad os bendiga y de lo mejor para el nuevo año, con un gran abrazo amigo.
      Perdonadme, beturios, pero no puedo escribir beturiamente, sin desahogarme antes, es como el confesionario que una sale con la euforia de estar libre de culpa, aunque le espere la penitencia. Y ahora, ya a lo nuestro  y esta vez tengo que repetir lo que os dije en Baeza y que no es mío, sino de Alejandro Dumas : “Volvieron radiantes de ese entusiasmo del que hacen gala quienes quieren inspirar a los demás de la pena de no haber visto lo que ellos vieron”.
Felipe Cortés, en primer plano con Inmaculada,
 José y Serapio al fondo. Imagen. A. Pons Coch
      Y es que el sábado tocaba recorrer los belenes de Madrid. Fantástico Felipe Cortés, fantástico. Recorrer Madrid con él,  no es una ciencia exacta, ni un inventario de palacios, iglesias o monumentos, es recorrer la vida, el pasado y el presente, de sus calles pasadizos y plazas, de sus cafés, de callejuelas y rincones que nadie mira.

    
Un entrañable balcón aprovechado al máximo
en una vieja calle de Madrid. Imagen. A. Pons Coch
 Felipe, para los que no lo conocéis, es de mediana edad, o lo parece, y mediana estatura, tirando a bajo. Camina erguido y viste con elegancia, tiene la voz y los gestos comedidos de un caballero que acompaña de una media sonrisa que ilumina la sobriedad de su planta. Es discreto y amable y nunca le he visto un mal gesto, vamos que no se despeina como lo puedo hacer yo, ni ante las circunstancias más adversas. Pero, sobre todo, es buena gente, con bondad genuina, esta que no es blandengue, ya me entendéis, sino que se proyecta hacia las necesidades de los demás. Su esposa se llama Inés. Todas las mujeres podríamos hacer una lista de los defectos de nuestros maridos, lista que estaría llena de cariño y amor, sin duda, pero feroz y diabólica a más no poder. Yo no le he preguntado a Inés, así que no puedo poner nada que no haya visto y que además dudo que Inés siquiera tenga una lista.
 

Toñi y Mª Loli, con Pepe, Inmaculada, Vicente, Serapio.
 Imagen A. Pons Coch 
 


Con él cruzamos en comandita el frío y la lluvia de Madrid, desde Puerta Cerrada, nuestro punto de encuentro, hasta la iglesia de san Miguel. Todo el mundo pasa de largo ante el ciprés que hay en la entrada la derecha, quizás sólo con cincuenta años sobre sus ramas, este árbol que adorna los cementerios y que miramos desde la aprensión. Nada como el saber y la información para inducir al cambio de criterio. Os cuento: En muchos pueblos es un árbol sagrado gracias a su longevidad y a su verdor persistente, se le llama el árbol de la vida, nada que ver con el concepto establecido, aunque los romanos lo ligasen al culto de Plutón, dios de los infiernos, el simbolismo más primitivo evoca la inmortalidad y la resurrección, por su resina  y madera incorruptibles y su follaje persistente.  Se decía que el consumo  de sus semillas procuraba longevidad y si se frotaban con ellas los talones se podía andar sobre las aguas. Recomiendo probar donde no cubra.  Su tronco, si se corta, no vuelve a crecer, pero los abetos son un excelente corta fuegos por su resistencia a quemarse, su madera sirve para la construcción de templos y  barcos, debido a que no se pudre y a su durabilidad y fortaleza, como si desafiase la idea de la mortalidad. También se construyen  guitarras, que eso debe de ser un seguro para los que no quieren acabar con la guitarra rota en la cabeza. Ver por ejemplo la película Vacaciones en Roma.
El ciprés de la basílica de san Miguel. Imagen A. Pons Coch
 
El belén de san Miguel es muy bonito y le han colocado una figura del santo Escrivá de Balaguer en actitud catequística. Es un anacronismo, pero mucho mejor que un caganet.  Ya sabemos que es algo natural y orgánico pero explicitarlo en un belén es redundar en la naturaleza. Ahora verás tú los beturios catalanes la que me atizan.
El santo monseñor Escrivá de Balaguer
en el Belén de la Basílica de san Miguel.
Imagen A. Pons Coch

El Portal en el belén de la Basílica de san Miguel
 Puestos en el tema, estas callejuelas son proclives a estos desahogos por estar fuera de la vista, ahora y antes, pues ya en el s. XVII quien solía pasar, después de sus correrías tabernarias por la calle del Codo, rumbo a su casa del Barrio de las Letras, era Quevedo. Un vecino, harto de las piscinitas dejadas por el poeta, puso una cruz, pensando que el caballero no se atrevería, pero sí se atrevió, con lo que al día siguiente, el buen hombre además puso un cartel: “No se mea donde hay una cruz”. Poco dispuesto a ser disuadido del uso de su aliviadero, Quevedo, a la siguiente ocasión, añadió su propio texto al cartel: “No se ponen cruces donde se mea”

Quevedo pintado por Velázquez.
 Imagen internet


En el convento de las Carboneras, monjas jerónimas, con permiso para tener expuesto permanentemente el Santísimo Sacramento, tienen uno de los belenes más antiguos de Madrid, posiblemente anterior al napolitano del Palacio Real y su convento ha permanecido inalterable durante más de cuatro siglos, siendo declarado Bien de Interés Cultural en 1981. Parece ser que allí se sigue celebrando una misa diaria a la memoria del Gran Capitán, Fernández de Córdoba. Está en la Plazuela Conde de Miranda, a poca distancia de la Plaza de la Villa, donde una vieja se ganaba la vida encuadernando biblias milagrosas con piel humana, sustraída de los cementerios. No digáis que no os ilustro en el escalofrío. A pesar de ello, es una plazuela con todo el encanto de un pueblo pequeño a dos pasos de lo multitudinario. 


En la  Plazuela Conde de Miranda.
Imagen A. Pons Coch

 
El nombre de Carboneras les viene por una imagen de la Inmaculada encontrada en una carbonera y que fue rescatada y entregada al convento. El retablo del altar mayor tiene una espléndida Última Cena con una perspectiva original y dispuesta para que el lienzo pueda ser admirado en toda su grandeza desde abajo. Nos deja ver el evento desde un punto de vista diferente a la imagen frontal acostumbrada, instalado allí desde 1625, fue pintado por el pintor de la Corte de Felipe III, Vicente Carducho y metida en el arte, se me olvidó comprar a las monjas los dulces que ellas elaboran y que distribuyen a través de un torno. Seguro que vuelvo.
El lienzo de Carducho en el retablo de la iglesia del convente
de las monjas jerónimas, Carboneras., en el Madrid de los Austrias.
Imagen A. Pons Coch
 
De ahí pasamos a la iglesia de san Nicolás de los Servitas que no pudimos ver, por encontrarse cerrada. Pero Felipe nos ilustró debidamente. Nos encontramos ante la iglesia más antigua de Madrid.  Lo más probable es que su construcción sea del s. XII, los restos arqueológicos hacen pensar que pudo ser una mezquita y su torre, declarada monumento nacional en 1931, posiblemente un minarete mudéjar de aquella época, excepto el chapitel de pizarra que la remata, que es herreriano y realizado en el s. XVIII.

Torre mudéjar de san Nicolás.
Imagen internet
Llegados a Sol no pudimos entrar a ver el belén de la Real Casa de Correos, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que este año evoca el Greco y Toledo,  la cola para entrar nos suponía invertir demasiado tiempo y el frío y la lluvia dos elementos disuasorios para aguantar el inconveniente a la intemperie, así que nos dirigimos a reconfortarnos con un vino, para acomodar al cuerpo, ya que el espíritu estaba bien. Pero ¡Oh dioses! Por el camino se nos había perdido Quico, no sabemos si por entremedias de la calle del Codo y la calle Mayor y ya estaban los móviles echando humo, pues su santa esposa le había mandado al belén del Ayuntamiento, antiguo palacio de Correos, y por una vez que un hombre hace caso, resulta que hay un malentendido, entendiendo que la pérdida no era irrecuperable y que volvería al redil, como así fue en un pispás, y la lluvia arreciaba, seguimos hablando de belenes, conventos, monjas y hasta del Cristo de Velázquez del museo del Prado, que al final todo guarda relación, pues parece ser que el rey Felipe IV se encaprichó de una monja de singular belleza, sor Margarita de la Cruz, conocedora la abadesa de las intenciones malsanas del rey, preparó una mise en scène, así que cuando el monarca llegó y preguntó por la religiosa, le condujeron hasta una sala donde en un lecho mortuorio, con las manos cruzadas sobre el pecho y con velones de funeral la velaba la comunidad. Quedó el rey tan impresionado que a modo de arrepentimiento les regaló el Cristo pintado por Velázquez, hoy en el Prado. Pero cuando descubrió la trampa se volvió a sofocar y dicen las lenguas viperinas, cría fama y échate a acostar, que no dejó virgen en el convento. Bah, yo no creo que diera tanto de sí, por muy rey y treinta hijos ilegítimos que dice la historia que tuvo.
 
El grupo. Imagen A. Pons Coch
La lluvia caía blanda sobre la historia y las leyendas desparramadas y así, camino del vino, llegamos a la iglesia del Carmen, que también estaba cerrada, se nota la ausencia de vocaciones, no hay curas para todas las iglesias de Madrid. Hasta ahora, todos los templos, catedrales e iglesias que he visto, estaban construidas, bien sobre una mezquita, un templo de Apolo o una sinagoga, pero nunca había visto una iglesia edificada sobre un prostíbulo. Bueno, pues la iglesia del Carmen, en la calle del Carmen, la que hay cerca  de la Puerta del Sol, paralela al Corte Inglés, para que nadie se pierda, esta sí. Veréis, yo no sé si mis células grises van a ser capaces de recordar tanto, porque me impresiona todo. No es que conserve la capacidad de asombro de mi primera infancia, pero reconozco que, al ser yo muy normalita, la capacidad de la gente, antepasados o no, de rizar el rizo me hace abrir los ojos, en sentido literal y del otro, y que recordar tanto tirabuzón con nombres, calles y apellidos, me colapsa a veces.

Los beturios en la puerta de la basílica de  san Miguel.
Imagen A. Pons Coch
 
Parece ser que un barrendero ensució involuntariamente las botas y  el impoluto traje del aguerrido y orgulloso oficial Bernardino Obregón, hidalgo de noble familia de Burgos, que destacó en Italia y Flandes, que le abofeteó iracundo. La reacción del barrendero fue tan inesperada como insólita, pues postrándose de rodillas le dijo, más o menos, “ Señor, mucho agradezco a vuestra merced la honra que me ha hecho con esta bofetada”. El gesto debió impresionar vivamente al militar que envolviéndose rápidamente en su capa se alejó apresurado para poco después abandonar la milicia y dedicarse a los pobres, trabajando en el Hospital General, hoy museo de Arte Reina Sofía, falleciendo en 1590, tiene una calle entre la Ronda de Valencia y el Paseo de Santa Mª de la Cabeza. Pues bien parece ser que el lupanar situado en las entonces afueras de Madrid, lo que hoy es la calle del Carmen, como decíamos, era causa de conflictos entre el vecindario, lo que propició la denuncia de Bernardino, haciendo que sobre el lupanar se edificara el templo que hoy conocemos, uno de los más grandes de Madrid.  Todo esto se lo perdió Quico en su extravío, porque en este momento del relato apareció con el móvil pegado a la oreja. Ello nos llenó de tranquila paz y Toñi, su esposa pudo desprenderse de la culpa por haberle mandado a otro belén. Pero es que estábamos con los paraguas en la esquina de la iglesia, justo enfrente de la calle Galdo, antes llamada el Candil. ¿Cómo iba a desaprovechar Felipe el embobarnos contándonos lo del candil?
En el siglo XIV y refugiado Pedro I el Cruel en el Alcázar, Enrique de Trastamara que había puesto cerco a la villa manchega que era entonces Madrid, vio la posibilidad de cruzar el recinto amurallado a través de la  atarjea contigua a la casa de una vieja hilandera. Ella aseguró que siendo un subterráneo estrecho y tortuoso, si encendían antorchas, el resplandor sería visto por los sitiados y les propuso guiarles a la luz de un candil. Don Enrique, aceptó con la amenaza de pena de muerte si les traicionaba o fuesen objeto de una emboscada. Don Enrique II el Ceremonioso, conseguido el trono, gracias al fratricidio y la traición del de Montiel, premió la ayuda de la hilandera colocando en la puerta de su casa un gran candil de plata. Tiempo después, cuando estos terrenos fueron comprados por los hermanos Preciado y no teniendo herederos la hilandera, la Real Tesorería resolvió que el candil debía pasar al fisco real. Tras resolverse el litigio, el Consejo de la Villa decidió que se fundiese y con su plata se hizo una lámpara para el santuario de la Virgen de Atocha.
La lluvia había templado el ambiente y barrido algo del frío decembrino, nos quitamos las capuchas y cerramos los paraguas, pero era conveniente no dejar para otro día el vino con tapa para brindar por la navidad, el buen futuro de todos nosotros y de Beturia y cumplir con los buenos propósitos, sobre todo cuando sabemos que la mayoría se quedan en eso y no se cumplen. Doy fe que nosotros sí y ya no recuerdo si cantamos hasta “Los campanilleros” o fue otro día. Gracias, Beturia. Gracias, Felipe. Salud para todos, beturios. A. Pons Coch
Imagen A. Pons Coch