La presentación corrió a cargo del prologuista de la reedición, Ricardo Hernández Megías. También participaron José Luis Álvarez (concejal de cultura de Guareña), Joaquín González Manzanares (presidente de la Unión de Bibliófilos Extremeños UBEx) y Pedro Fernández (presidente de la
asociación cultural Luis Chamizo).
Ángel Braulio Ducasse |
Ricardo
Hernández es natural de Santa Marta de los Barros (Badajoz). Reside en Madrid,
pero muy ligado desde siempre con su tierra extremeña. Es Socio Fundador de la
Unión de Bibliófilos Extremeños (UBEx), uno de los proyectos más interesantes y
fructíferos para la recuperación del rico patrimonio bibliográfico de
Extremadura. Miembro de la Directiva del Círculo Extremeño de Torrejón de
Ardoz, Vicepresidente de Beturia Ediciones y Socio de Honor del Hogar Extremeño
de Madrid. Desde
2004 a 2013 fue Presidente de la Federación de Asociaciones Extremeñas en
la Comunidad de Madrid (FAECAM), que engloba a 25 asociaciones. Su
afición por la literatura, desde sus años de estudiante en Sevilla y Madrid, le
lleva a conseguir una importantísima biblioteca personal, entre cuyos volúmenes
figuran muchos libros sobre Extremadura, que él aprovechará para publicar y dar
a conocer temas y personajes de nuestra tierra.
Portada de la reedición de "Estridencias" que reproduce la portada original |
Ahora, en
el 80 aniversario de la muerte de Ducasse (1936), el impulsor de la reedición y prologuista
Ricardo Hernández, intenta recuperar su memoria y su
obra. Cree que Ducasse no tuvo tiempo para darse a conocer como poeta
(dos poemarios) “y solamente como periodista pudo alcanzar algún
reconocimiento”. Añade que “desgraciadamente, el bando triunfador, el
franquista, no supo nunca reivindicar a aquellos intelectuales de derecha que
murieron por defender su causa. "Ducasse fue un joven intelectual conservador de la escuela de Francisco Valdés, su maestro y guía tanto en el mundo del periodismo como en el de la poesía
“Me
gustaría (dice Ricardo Hernández), para cerrar este asunto, recuperar los artículos periodísticos y si tienen el valor de los ya conocidos, poder publicarlos en
Beturia”.
Ángel Braulio Ducasse es otro de los muchos extremeños que tienen una cuneta por tumba. No le sirvió de salvoconducto ni el exótico apellido que había heredado del abuelo, un técnico procedente de la Gironda, desde donde vino a Extremadura para trabajar en el ferrocarril. Lo fusilaron una madrugada de aquel terrible agosto de 1936 . Los disparos salieron de los fusiles de los milicianos fieles a la República.
Aquel joven había venido al mundo (1906) en el mismo pueblo que Luis Chamizo y Eugenio Frutos, con quienes conformó un trío poético,universitarios los tres, de parecida edad, pero distintos gustos.
Aficionado desde pequeño a la poesía, pudo conocer a los grandes del 27 según hiciera Fruto, aunque, a imitación de Chamizo, optase por la estética más conservadora. Sí entabló amistad con otro culto extremeño, el dombenitense Francisco Valdés Nicolau (n. 1892), formado en la Residencia de Estudiantes y, como él, también fusilado por simpatizar con las fuerzas sublevadas. Afincados los dos en Extremadura, optarán por preterir sus posibles carreras literarias para dedicarse a un periodismo militantes (diarios HOY, Extremadura, Correo Extremeño) contra unas izquierdas en ascenso creciente y cada vez más impetuosas.
No obstante, tuvo ocasión de dar a imprenta dos poemarios, Titirimundi sentimental (1930) y Estridencias (1936), amén de una oración rimada dirigida al Cristo de las Aguas en solicitud de lluvia. Merced a las gestiones de Ricardo Hernández Megías, aquel primer libro fue reeditado por Beturia (2010), donde ahora ve luz el segundo, bastante más difícil de localizar hasta ahora. Reaparece con preliminar del tozudo bibliófilo y el prólogo que en la princeps pusiera el propio Valdés. Crítico exigente, no se le ocultaban las limitaciones del libro, pero simpatizaba sin duda con los valores éticos que aquellos poemas trasmiten. “La mayoría de los pueblos extremeños, comienza el prologuista, se ahogan arrebatados en su recia aguamarina antipoética, efecto de su afilado apego al presente y de su despiadada repulsa lo pretérito”. Las burguesías locales, a los que tanto flageló Valdés, sólo atienden a “sus molinos de aceite, a sus viñedos, a sus rebaños de merinas, a sus piaras de puercos”, e inflados de ocio, prefieren darse, más que a la lectura y el estudio, “al tute casinero, al tresillo de rebotica y al zascandileo de una política caciquil”. Una burguesía ciega, que no percibe “las voces que arrastraban –como el viento al polen vegetal- los nuevos caminos abiertos al tránsito”, denuncia Valdés.
En la pluma de su paisano cree percibir aires renovadores, aunque en fórmulas clásicas y sin desatender el patrimonio tradicional. Efectivamente, los poemas de Ducasse, casi todos ajenos a la situación político-económica del país (exceptuemos “Propaganda electoral”), constituyen vívidas estampas campesinas, en las que late el sentir del pueblo sencillo. Vienen a ser, según los casos, como canciones de ronda, matrimonio, juego y trabajo (la mejor, la de siega), romances antiguos, plegarias religiosas, elogios de la aldea (guiño a Reyes Huertas) o letrillas infantiles. Si su lira no tiene, según señalase Valdés en reseña para el periódico HOY, ni “la dureza y fortaleza de reciedumbre de Chamizo, ni la hondura filosófica de Frutos”, mostrándose más en línea con Gabriel y Galán, no deja de resultar interesante este “repaso al alma regional”.
Gratitud merecen Ricardo Hernández y Beturia por facilitárnoslo.